AÑO CERO: EL CATACLISMO DE ORBIS

El momento exacto en que la historia se detuvo y la pesadilla comenzó. Crónica de la llegada del Vacío.

I. El Último Amanecer de la Era Dorada

Los registros históricos suelen centrarse en la destrucción, pero pocos hablan de las horas previas. Según los cronistas de la biblioteca de Borea, aquel día comenzó con una claridad antinatural. El cielo tenía un tono azul tan profundo que dolía mirarlo, y los vientos de la Zona 3 soplaban con una calidez inusual. En las ciudadelas humanas se celebraba el Festival del Solsticio; los niños corrían por las calles empedradas y los magos realizaban exhibiciones de luz inofensiva.

Nadie sospechaba que el tejido de la realidad, esa membrana invisible que Gaia había mantenido tensa durante milenios, estaba llegando a su punto de ruptura. No hubo avisos meteorológicos, ni profecías claras. El ataque no vino desde dentro de Orbis, sino desde "afuera". Fue en el cenit del mediodía cuando la luz del sol parpadeó. Una, dos veces. Y luego, una sombra que no proyectaba ninguna nube comenzó a extenderse, no sobre la tierra, sino sobre el propio cielo, como una mancha de tinta en un lienzo perfecto.

El silencio que siguió fue absoluto. Los pájaros cayeron en pleno vuelo, sus corazones detenidos por un terror instintivo que precedía a la comprensión intelectual. Los magos sintieron una náusea repentina, una desconexión violenta de la fuente de su poder. El mundo contuvo el aliento, esperando un trueno que nunca llegó.

"No fue una guerra. Una guerra implica dos bandos. Aquello fue una ejecución. El cielo se abrió y la esperanza se desangró."

II. La Fractura del Firmamento

El sonido llegó minutos después, un desgarro sónico que reventó los cristales de las torres más altas y derribó a los ancianos. Sobre las montañas nevadas de la Zona 3, la realidad cedió. No fue un portal ordenado, sino una herida abierta, dentada y purulenta. De la fractura no brotó fuego, sino una luz de un color imposible, un violeta enfermo y vibrante que parecía tener textura física.

Era el Vacío. Varyn no envió diplomáticos ni exploradores; envió su propia esencia. La corrupción cayó como lluvia negra, quemando la tierra donde tocaba y mutando la flora instantáneamente. La nieve blanca de Borea se tornó gris ceniza en cuestión de horas. La magia de Gaia, pura y elemental, reaccionó con violencia ante la intrusión: tormentas eléctricas de color verde estallaron sin nubes, y los volcanes de la Zona 4 entraron en erupción simultánea, como si el planeta intentara cauterizar sus propias heridas con lava.

Void Fracture

Representación artística de la primera fractura del Vacío sobre Borea.

III. La Traición de la Materia

La mayor tragedia no fue la destrucción de infraestructuras, sino la corrupción de los protectores. Los Golems de piedra, guardianes milenarios forjados con runas de lealtad, fueron los primeros en sucumbir. La energía del Vacío se filtró en sus núcleos de maná, reescribiendo su propósito. Sus ojos, antes de un azul sereno, brillaron con el púrpura de la locura. En un giro cruel, comenzaron a demoler los puentes y santuarios que habían jurado proteger, aplastando a quienes buscaban refugio tras ellos.

La fauna sufrió un destino peor. Los nobles Mosshorns y los Fen Stalkers no murieron; cambiaron. Sus pieles se endurecieron con placas de obsidiana corrupta, sus mentes se nublaron con una sed de sangre insaciable y sus cuerpos crecieron deformes. Los Trorks, tribus guerreras pero honorables, perdieron su cultura en una noche, devolucionando a bestias de guerra descerebradas bajo el mando psíquico de Varyn. Orbis ya no era un hogar; era una trampa mortal.

IV. El Éxodo y el Miedo

El pánico desmembró las alianzas. Los Humanos, viendo que sus espadas eran inútiles contra las sombras, se encerraron en sus fortalezas de piedra, levantando muros cada vez más altos y desconfiando de cualquier magia. Los Ferans, cuyos ancestros dominaban el viento, fueron esclavizados o forzados a huir a los desiertos abrasadores de la Zona 2, donde el calor extremo parecía ralentizar la corrupción.

Para los Kweebecs, la situación era existencial. Al estar conectados vitalmente a la tierra, sentían el dolor de Gaia como propio. Muchos ancianos murieron de pena en los primeros días. Los más jóvenes, guiados por los Treesingers, iniciaron el "Gran Sueño", camuflándose como árboles inertes en los bosques profundos, esperando pasar desapercibidos ante la mirada de Varyn. La vibrante civilización Kweebec se volvió silenciosa y estática.

V. El Silencio de la Diosa

En medio del caos absoluto, los sumos sacerdotes y los chamanes más poderosos intentaron un último acto desesperado: despertar a Gaia. Se reunieron en los nexos de poder, sacrificando su propia fuerza vital para enviar una llamada de auxilio al alma del mundo. Esperaban una intervención divina, un avatar de tierra que expulsara a los invasores.

Pero solo obtuvieron silencio. Un silencio pesado, aterrador y definitivo. Algunos teólogos creen que Gaia fue herida mortalmente en la fractura inicial; otros, más pragmáticos, sostienen que la Diosa se vio obligada a retirar su consciencia al núcleo más profundo del planeta, encerrándose en un capullo de estasis para evitar ser corrompida ella misma. Sea cual fuere la verdad, el resultado fue el mismo: los hijos de Orbis estaban huérfanos. El Año Cero terminó con el cielo roto y una certeza escalofriante: la noche acababa de empezar, y Varyn había venido para quedarse.